La mina del
Grand-Hornu se pensó como centro de explotación industrial carbonífera enmarcada un conjunto arquitectónico y urbanístico fantástico del comienzos del
siglo XIX, ideado desde el
pensamiento más utópico de la Ilustrac ión,
el más crítico y heterodoxo estilo neoclásico iniciado por aquellos grandes arquitectos idealistas y
visionarios del XVIII- como Boullée y Ledoux- , tan
revolucionarios en su estilo y en la funcionalidad de sus proyectos, que los
más vanguardistas y heterodoxos de ellos
jamás se llegarían a llevar a la práctica. Hoy el conjunto histórico de Le
Grand Hornu es patrimonio industrial
neoclásico de Europa, además de Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Christian
Boltanski tiene una instalación dedicada a la memoria de esa mina
(Colección Museo de Arte Contemporáneo del Gran-Hornu. Valonia,
Bruselas), e instalada en el
instante fundación de Madrid,
comisariada por Laurent Busine. Puede verse hasta el próximo día 23: ¡A los conceptuales más
románticos les animo a ir corriendo antes que se lleven la instalación!
Como todo
arte conceptual, en Les registres du Grand-Hornu el objeto físico ha abandonado cualquier
idea de belleza objetual. En penumbra, recorro el “muro” de cajas de
lata herrumbrosas algunas con fotos y
nombres de historia privada anodina - mineros, niños , mujeres colaboradoras en
las labores hulleras hace tiempo, familias obreras desaparecidas-, y siento , como
cuando caminas a lo largo de una pared
de nichos en un cementerio, sin detenerte en conocer las identidades de los allí
enterrados; vas buscando tal vez el de tu ser querido, el más reciente
fallecido; puede ser que en el que pasas
sin mirar esté el enterramiento de aquella tía tatarabuela que se llevó de niña la difteria, o ¿era la escarlatina?, o
quizás alguno de los parientes más ancestrales
en el árbol genealógico, pero ni siquiera sabes ya que reposan allí sus
restos . Vas directo a los de primer
grado, de tu generación o de la anterior, si acaso buscas los de tíos o
bisabuelos. Los demás sólo viven en algún
recuerdo anecdótico de la familia -eso
en el mejor de los casos-, se han
perdido en la memoria familiar, ya no sabemos o no recordamos sus apellidos o
el orden de los mismos, salvo que fuese un prócer del árbol genealógico.
¿No es el
arte conceptual en estos casos un replanteamiento postmoderrno del ideario
romántico?, ¿De aquella pintura de
Delacroix protagonizada por los héroes anónimos de las batallas en los retratos de soldados desconocidos, a
caballo o a pie, luchando por la libertad de Grecia en las ruinas de
Misalonghi?. Es cierto que no todo el
arte de concepto tiene o juega en esos parámetros, pero también es verdad que
no existiría si no hubiera existido el arte objetual, el cual no
era sólo técnica, armonía y proporción, además
estaba cargado de conceptos, de historia cultural, científica, social y
filosófica, que explicaba el por qué de las revoluciones compositivas, temáticas
y matéricas.
El alto y
largo mural compuesto por latas
herrumbrosas, como las vagonetas que cargaban el material a lo largo de las galerías cenicientas hasta
transportarlo a la superficie de la tierra, iluminado minimamente por lamparitas de oficina
anaranjadas, es simultáneamente evocación
de la galería minera, oscura en el fondo de la tierra, alumbrada con lucernas en tiempo de los romanos, que
acabaron por ser de hierro en el siglo XIX y con cierres de seguridad, tratando de
sortear la muerte por grisú ,alimentadas con aceite hasta que fueron
sustituidas por acetileno.
El mundo romántico comenzaría a ver las
contradicciones de los ideales ilustrados
sobre el progreso , la mítica y moderna minería que alimentaba la industria puntera con una energía portadora del
bienestar nunca soñado en tiempos anteriores, traería la explotación brutal de
una mano de héroes proletarios olvidados
y el mineral de carbón la contaminación y el destrozo de los bucólicos paisajes.
Esa era la contradicción que llevó un nuevo sentido crítico a los revolucionarios
románticos, y a revolucionarios cambios en el arte.
Pero aún la
mina de carbón habría de ser por mucho tiempo un paisaje idealizado: el del
misterioso mundo subterráneo, el del fondo de la tierra, el de los nuevos descubrimientos geológicos, el de la
fascinante paleontología de los grandes saurios, que se mostraban en aquellas
grandes exposiciones universales de fin de siglo XIX. Esta fascinación por las
catacumbas laicas industriales y de la nueva
ciencia de la tierra explicaría el que
en la mítica universal de Paris de 1900 se reconstruyese una mina subterránea como si fuera un nuevo museo.
Pero
Boltanski retoma la postura romántica y crítica cuando hace un homenaje a la
tropa obrera explotada y olvidada.
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