Carmen Pena
Para Mª Antonia Dans en
el centenario de su nacimiento
Por muchos motivos debemos recordar y no olvidar la obra y la
vida de la pintora María Antonia Dans (Oza dos Rios, A Coruña 1922–Madrid 1988)
al final del año de su centenario, pues
aunque fue una buenísima pintora e ilustradora, que obtuvo un gran éxito en
vida con premios nacionales e internacionales, ya sabemos cómo se olvida a los
muertos y más a las mujeres artistas,
salvo rarísimas excepciones.
No sólo se le debe el recuerdo como destacada pintora del
siglo pasado, sino también como una mujer avanzada en su vida y con clara
conciencia feminista como artista: protestó de los medios con fuerza al pintar
en sus primeros años de Madrid el mural del hotel Wellintong –hoy
desaparecido-, porque las mejores críticas que recibió fueron aquellas que la
elogiaban no por su talento como mujer
creadora, sino porque su obra parecía la de un “hombre”. Y por otro lado, a pesar de que vendió mucho, fue consciente
de la desigualdad económica femenina al declarar en varias entrevistas, que mucho
más hubiera ganado su hubiese sido pintor y no pintora, es decir, que sus
tarifas eran más bajas que la de un varón. Nos solidarizamos con ella, pero, no
la honramos aquí por esta conciencia de
género, sino por su gran talento y sensibilidad pictórica.
Nació en Galicia y quedó arraigada a ella de por vida,
marcando esto su pintura: a pesar que desde 1952 se establecería en Madrid -y
creo que más aún por ello- su raíces se ahondaron con el recuerdo de sus
paisajes y de las mujeres rurales que lo
habitaban, retratadas una y otra vez, no como aldeanas pintorescas, sino como
figuras simbólicas de aquel mundo reruralizado
de la terrible y larga postguerra que detuvo la industrialización de nuestro
país, dejando en el abandono aquel medio campesino en el que la mujer aportaba
mucho con su trabajo y era poco reconocida. En el caso de las mujeres gallegas,
la conciliación entre el trabajo de la casa y el del campo hacía sus jornadas
agotadoras, debido en gran parte por la
masiva emigración masculina que hubo a
América desde finales del siglo XIX. Cuando volvía asiduamente a Curtis, donde
se crió, seguía viendo aquel mundo.
Aunque ella consideró
que la pintura no debía ser para la denuncia social, aquellas mujeres que
exponían la belleza de un mundo primitivo y una cultura tradicional ancestral diferente
eran la imagen silente de las mismas la que hacía palmaria su pobreza: así las
muestra María Antonia y las describe textualmente, vendiendo sus productos
hortícolas y avícolas de poca entidad económica feria tras feria, fundidas con
la naturaleza, porque ellas mismas eran parte inseparable de la misma. Pero no sería
Dans única en los 50 y 60 en pintar el
paisaje y el paisanaje rural, pues en aquel mismo tiempo en el Madrid de los 50
y 60 este tenía una presencia dominante en los paisajes de la Segunda Escuela
de Vallecas y de la Escuela de Madrid, y el caso más destacado y más premiado
en aquellos grupos sería el de Benjamín Palencia, a quién nuestra pintora
admiró enormemente: este había dejado la experimentación vanguardista de la Primera
Escuela de Vallecas y se había situado en aquel estilo renovador que dominaría
en la posguerra, un modo moderno y alternativo al académico mucho más rancio.
Con esos paisajes figurativos castellanos y manchegos mesetarios se convirtió
en el gran paisajista de aquel tiempo, tras su Primera Medalla en la Exposición
Iberoamericana de 1951.
Pero de acuerdo con varios historiadores del arte y con
muchos pintores, como por ejemplo Antoni Tapies, considero que la pintura
española de postguerra no se entendería sin las referencias a nuestras
vanguardias de los años 30 y a la influencia extranjera. Así que los paisajes de Palencia de antes de la guerra no se hubieran
reconvertido en los de los 50, sino hubiese pasado por la sublimación del
paisaje de secano en su etapa de vanguardia. Y en este sentido, María Antonia
no hubiese sido la modernizadora del paisaje gallego de los 60, sino hubiera
conocido y estudiado a fondo la pintura de los renovadores gallegos –Os Novos- de los años 30- aprendiendo su
oficio en A Coruña durante cinco años de la mano de Lolita Díaz Valiño, hermana
de Camilo Díaz Valiño y tía de Isaac Díaz Pardo, fundador junto a Luis Seoane
de la Empresa de Cerámica Sargadelos, que triunfó comercialmente heredando el
estilo y la mitología de la cultura galaica artística republicana, plasmada en
sus porcelanas. En María Antonia el pintor gallego Carlos Maside tuvo una gran
ascendencia, sobre todo el neofauvista
de los veinte y 30, cuando pintaba los huertos y paisajes del entorno de
Compostela con aquel color “vital” de
los fauves franceses, el del
sentimiento interior de aquel paisaje, no el de la realidad exterior.
Y nuestra artista va a coincidir en esa concepción del
paisaje pintado como algo, que una vez dibujado del natural e interiorizado
posteriormente, surge del interior emocional
del creador, y es figurativo, pero no objetivo. Por ello clasificaríamos
con una terminología postmoderna a la pintura y al paisaje de nuestra pintora
como emocional, pues una cosa es el
sentimiento que corresponde al género paisajístico y otra la emoción que el
mismo nos suscita, que es mucho más intensa que el primero.
Triunfaría con aquel estilo referido a a las vanguardias
republicanas gallegas, al de los también renovadores del paisaje español y a la
influencia del arte renacentista, que conoció y admiró en sus estancias en
Italia, sin olvidar que también en París
se percató del paisajismo figurativo
de los años sesenta. Sin embargo, con todo ese sincretismo y ese
bagaje que nunca negó, logró adquirir un
estilo totalmente personal, una marca suya, que creía conseguir con una
pincelada “milagrosa”, a la cual esperaba paciente y ansiosa a lo largo de su
trabajo.
Formó parte de aquella intelectualidad periférica que se
instaló en Madrid en la postguerra, participando de las tertulias en cafés ya
históricos entabló amistad con pintores, escritores y periodistas, como
Palencia, Camilo José Cela, José Hierro,
Carmen Martín Gaite y muchos más. Juby
Bustamante, escribiría un certero libro sobre su arte. Varios de entre ellas y
ellos eran gallegos, espécimen que vive una Galicia idealizada y amada desde la
distancia, lo cual da un matiz muy especial a su recreación: la de nuestra
pintora e ilustradora conseguiría con su manera personal renovar en los años 50
y 60 el estilo para representar su identidad.
Con motivo de su centenario se ha publicado una monografía
muy completa y magníficamente ilustrada con su obra, editada por la Diputación
de A Coruña, y cuya autora es Rosario Sarmiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario