El 12 de junio del 2003 murió Gregory Peck, hace 20 años y 4
días.Pero, para mí no ha muerto, sigue en esa clase de recuerdo en el que
perviven los amores platónicos.
Era el modelo de un hombre clásico: traje y corbata, formal ,
sereno, serio, y en su seriedad tierno,
dialogante, que seguro nos respetaría, porque
era un progre light, luego nos enteramos que pertenecía al partido demócrata y
que ejerció como tal, incluso interrogado en la caza de brujas por sospechoso de comunista. Vamos, el paradigma
para un amor antiautoritario y al mismo tiempo perdurable, siendo este último el
único permitido en aquella época, en la España del nacionalcatolicismo, dada la
represión del eros a que nos veíamos sometidos.
En Vacaciones en Roma
Gregory
se convertiría de periodista tramposo e informal en formal y noble, por medio del amor,
estimulado este por la candidez de una princesa ajena a las maldades del mundo
– Audrey Hepurn- de un erotismo “sin culo y sin tetas”, como de ella diría Willian
Willer, el director de la película: exactamente en las antípodas del tipo de
mujer y estrella de la época. Aquel era un amor puro, tan puro que se frustra y
no se realiza carnalmente, quedándose el espectador y los protagonistas a dos
velas, sublimando el recuerdo de aquel día para toda la vida, recordando la
loca carrera de ambos sobre una vespa
por las calles bulliciosas de Roma, ya alegres tras la postguerra; tan modernos en medio de
aquel escenario tan antiguo y tan clásico, si bien un poco perjudicado y
descascarillado, todavía sin restaurar.
Yo estuve perdidamente
enamorada de él, o más bien de aquel Atticus Finch, el padre maravilloso que
todos hubiéramos querido (perdóname papá) , que, además, como
viudo aparecía libre para amarnos de verdad y acabar de criar a aquellos
niños adorables, a los que habríamos de
añadir algún hermanito: como hombre
maduro nos comprendería tiernamente, sería capaz de ponerse en nuestro lugar,
como se puso en el de aquel pobre negro
acusado de la violación de una blanca, en pleno furor del racismo del Kukluskan
estadounidense.
Con todo ese perfil no
nos importaba lavar los platos, ni planchar, ni limpiar, ni menos cocinar: todo
por un amor así, tan romántico, tan de película. Pegaditas a su cara de una
belleza varonil nada empalagosa bailaríamos enamoradas toda la vida.…Pero, en
realidad, el atractivo que en nosotros suscitaba aquel Atticus Finch tenía su
trastienda y su morbo, pues aquel padre estimulaba nuestro más profundo Edipo,
ahogado por la civilización de milenios.
Nada es lo que parece, porque "Una cosa es la realeza y otra
la realidad", como decía un viejo maestro de la vida.
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